En 1939, muy poco antes de que estallase la II Guerra Mundial, en los terrenos de una joven viuda adinerada en Sutton Hoo (Reino Unido) se encontraron los restos de un barco funerario del siglo VII, además de un conjunto de piezas de mucho valor arqueológico. Basil Brown, un explorador local, fue el protagonista de este hallazgo que hoy puede contemplarse en el Museo Británico.
A partir de esta historia real, John Preston, crítico televisivo del Sunday Telegraph y nieto de una de las arqueólogas que participó en la excavación, publicó en 2007 la novela homónima en la que se basa esta cinta. Una película que, sin llegar nunca a ser un título redondo, tiene tres importantes bazas a su favor. En primer lugar, dos actores soberbios –Ralph Fiennes y Carey Mulligan– que llenan la pantalla solo con su presencia, dando vida a unos personajes con una riqueza interior muy potente que ponen de manifiesto sin apenas diálogos. Es muy complicado mostrar tanto diciendo tan poco. Y ellos lo consiguen.
La película cuenta además con un tono y una atmósfera de una fuerza narrativa extraordinaria. Y no es solo el vestuario, la banda sonora, la puesta en escena o las localizaciones –que también–; es un sabio dominio del tempo que acompaña a unos personajes que se ven abocados a una guerra y donde se mastica la tensa calma del inicio de un conflicto: hay miedo, prisa, deseos y temores. No son cosas que se hablen pero están. No se manifiestan, se sugieren. Y esa sugerencia explica muchas actitudes de los personajes.
Y, por último, hay una reflexión, dolorosa y atinada, sobre el paso del tiempo y la importancia de la historia. La presencia de la muerte durante toda la película es constante, de una manera nostálgica y dolorosa porque acecha a quien todavía tiene mucho por delante, pero sin nihilismo. No hay una trascendencia religiosa, propiamente dicha, pero sí una trascendencia histórica, un deseo de un más allá que supera el materialismo y el oscuro pesimismo de quien piensa que todo acaba en uno mismo.
En este telón de fondo histórico es más fácil juzgar la moralidad de los actos. Y la película tiene, por este motivo, un marcado tono moral. No es una historia de personajes buenos o malos. Todos son seres con defectos. Pero sí hay actos buenos y actos malos, y la película habla de promesas, de valentía, de fidelidad, de mentiras, de pasión por el trabajo bien hecho, de nobleza y de agradecimiento. Lástima que alguna subtrama y algún personaje secundario descompensen una cinta que podría haber sido soberbia. Con todo, es una película notable.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta