Esta película adapta la novela homónima de Lorenzo Silva, escritor que ya fue llevado al cine por Patricia Ferreira en El alquimista impaciente. Esta vez dirige el almeriense Manuel Martín Cuenca, que relata una historia urbana tan hermosa como tremenda. Pablo es un ejecutivo que trabaja en una empresa bancaria situada en la Torre Europa del Madrid de las finanzas. Su vida, que transcurre entre atascos, aeropuertos, reuniones y auditorías, le produce un profundo hastío. Se ha vuelto cínico y amargado, y piensa que su vida carece de interés. Un día, mientras fastidia a una mujer con la que ha tenido un problema automovilístico, descubre con la mirada a su hermana, María, una hermosa adolescente que le cambiará la vida. Pablo no quiere nada morboso con ella, sencillamente le deslumbra, y estar con ella, pasear a su lado y charlar se convierte en un oasis donde él vuelve a sentirse humano y a redescubrir la belleza del mundo.
Esta película, llevada con una exquisita sensibilidad, consigue que las miradas sean lo más importante del film. Miradas que revelan el proceso interno de cada personaje. Primeros planos, diálogos sencillos y una increíble descripción de Madrid van tejiendo una deliciosa historia cuya principal objeción es su desenlace que deja un sabor agridulce en la que podría haber sido la película del año. En el fondo, La flaqueza del bolchevique tiene ciertos paralelismos con Muerte en Venecia, de Visconti-Thomas Mann. Un alma atormentada se ve sorprendida y atraída por una belleza virginal, pura, pero que, en definitiva, es inalcanzable, inaprensible. De hecho, Pablo nunca llega a tocar a María. En un momento determinado Pablo vuelve a caer en el miedo -o en el escepticismo- y decide no ver más a su musa vital. Regresa a la rutina y se acuesta sin amor ni pasión con una colega del trabajo, siendo entonces cuando reconoce que sin María su existencia se desliza hacia la nada.
Hay que destacar a los dos actores que son en sí la película: Luis Tosar, enorme, contenido y contagioso, y una fascinante María Valverde que, a pesar de su edad e inexperiencia en el cine, encarna un personaje fuerte, misterioso, entre sensual e infantil, y sobre todo, con un rostro de esos que enamoran a la cámara.
Juan Orellana