Esta flor de su secreto parece estar mortalmente herida de frivolidad; tal vez, cuando la muerte avance, se convierta en canción desesperada. Ahora es un melodrama al borde: al borde de la risa, de lo cursi, de lo ridículo, del divismo histriónico, al borde de una seriedad madura, que aún no ha llegado cuando la película acaba.
La narración queda también herida, entorpecida, por el afán de que todo quede mono, decorativo. Si lo hay, no se deja que el aliento creativo fluya, sino que el discurso va interrumpiéndose por una perspectiva inusual, un efecto que busca la sorpresa porque sí o lo bonito. La voluntad, no creadora, de llamar la atención hace que todo quede en hilos rotos; y más rompen las bastezas verbales, y alguna visual, en su plastificada sofisticación de colorín. Hedonismo amoral y pastelero, con guinda blasfema.
Una autora de novelas rosa es abandonada por su marido, militar, que ya le engañaba con su mejor amiga; ésta había presentado la escritora a un periodista, que quizá sea su compañía en el futuro.
Hay otras dos historias paralelas o no bien entrecruzadas con la vida de la escritora; la de su sirvienta y el hijo de ésta, bailarines, y la de su madre y hermana. Hay un prólogo simbólico y canciones que pretenden subrayar el melo, y se quedan solas en su valor, autónomas: lo mejor; lo mejor junto a las actuaciones y diálogos de Chus Lampreave -la madre- y Rossy de Palma -la hermana-, y sus tipos de pueblerinas en la ciudad cosmopolita. Lo demás, perifollo; es decir, adorno superfluo, y a veces de mal gusto.
Pedro Antonio Urbina