Director: John G. Avildsen. Intérpretes: Stephen Dorff, Armin Mueller-Stahl, John Gielgud, Morgan Freeman.
En los últimos años, tres films han tratado el apartheid en Sudáfrica: Grita libertad, de Richard Attenborough; Un mundo aparte, de Chris Menges; y Una árida estación blanca, de Euzhan Palcy. En ellos, se abordaba la evolución de la amistad entre una familia blanca y otra negra, una vez que la primera conoce las terribles vejaciones que sufre la segunda. John G. Avildsen (Rocky, Karate Kid), ha elegido un enfoque distinto a partir de la novela de Bryce Courtenay, La potencia de uno.
El film retrata la vida de un muchacho inglés en la Sudáfrica de los años 30, desde su nacimiento hasta la mayoría de edad. Se muestra así un aspecto poco conocido de la vida de este país: la curiosa segregación existente dentro de los propios blancos, entre los afrikaners -descendientes de franceses, holandeses y alemanes, que constituyen la clase dirigente- y los ingleses.
La vida de P.K., huérfano desde los 7 años, no es fácil. Sin complacencias, y hasta con cierta crudeza en el tratamiento de la violencia, Avildsen fija su atención en las desgracias que le acaecen y en los amigos que le ayudan a sobrellevarlas. Para ello imprime al relato un tono dickensiano, donde se asoman diversos personajes: el hechicero que ayuda a P.K. a encontrar el valor; un alemán (Armin Mueller-Stahl) muy alejado de las ideas nazis en que se mueven los compañeros de internado; un negro (Morgan Freeman) que le enseña a boxear; el director de su college (John Gielgud); y María, su primer amor. Tampoco faltan los villanos, aunque sus rasgos están más desdibujados.
En ese contexto bien definido se hace un canto a lo que da título al film: la fuerza de uno, que admite dos lecturas igualmente atractivas. La actitud decidida de una sola persona puede hacer mucho por los demás. Y la unidad de un grupo de personas en torno a un ideal que vale la pena -la integración racial- da la fuerza para sacarlo adelante.
Destacan los muchachos que interpretan al protagonista en tres etapas de su vida -Brendan Deary, Guy Witcher, Stephen Dorff-, así como el magnífico elenco de actores secundarios. Estupenda la fotografía de Dean Semler y la música de Hans Zimmer, inspirada en temas africanos. El film tiene momentos intensos -escenas en el internado, el concierto en el campo de prisioneros-; sin embargo, se echa en falta una mayor coherencia interna -ciertas lagunas, brusquedad del final-, que de haberse cuidado podía haber convertido esta apreciable película en excelente.
José María Aresté