El último día de agosto quizás no sea el momento más apropiado para estrenar una pequeña joya cinematográfica inspirada en una solvente obra de Antón Chéjov. Una obra que fue marginada y vilipendiada en su estreno y fue creciendo a medida que pasó el tiempo (es lo que tienen la mayoría de los clásicos).
La gaviota habla de cómo nuestros deseos pueden agotarse corriendo detrás de metas inalcanzables o, dicho de otra manera, habla sobre el amor no correspondido. Como un horrible designio, cada uno de los personajes sufre la falta de interés del amado. Una red de añoranzas y nostalgias se entreteje, con el mundo del teatro y el arte como telón de fondo. Los protagonistas giran alrededor de una actriz consolidada interpretada por Annette Bening. En la casa familiar se reúnen su amante –un famoso dramaturgo–, su hijo –un joven inestable que sueña con triunfar como actor– y su novia, que aspira también a alcanzar el éxito como actriz. Les acompañan una galería de secundarios: criados, tutores, capataces, médicos y familiares. Todos ellos dibujan un paisaje humano y psicológico muy interesante.
El alemán Michael Mayer ha optado por un tono clásico, que algunos criticarán por excesivamente academicista, pero que casa bien con los temas, la puesta en escena, el ritmo y el tono de la obra de Chéjov. Ese clasicismo se sostiene gracias a un elenco de notables actores, liderados por la veterana Annette Bening y la joven Saoirse Ronan, y a los que se ve cómodos en una película que, en ocasiones, tiene mucho más de teatro que de cine.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta