El microcosmos musical que Lionel Richie, Michael Jackson y Quincy Jones consiguieron reunir en un mismo estudio de grabación en la madrugada del 28 de enero de 1985 merecía un documental como éste. No era la primera vez que se realizaba una campaña benéfica de este tipo, pero nunca se había llegado a reunir a tantas estrellas del pop en tan pocos metros cuadrados. La causa era la erradicación del hambre en el mundo, concentrada en ese momento en Etiopía, azotada por una guerra civil que parecía interminable (1974-1991).
El documentalista vietnamita Bao Nguyen, afincado en Estados Unidos, tenía una gran historia que contar, pero también tenía que sortear bastantes obstáculos. “Dejar el ego fuera del estudio”, decía el cartel que el productor musical Quincy Jones hizo poner en el estudio de grabación en el que se iban a concentrar más de 46 artistas de fama mundial, entre los que estaban Michael Jackson, Bruce Springsteen, Stevie Wonder, Cindy Lauper, Bob Dylan o Tina Turner. Todos venían de una gala de premios y les esperaba una noche muy larga e intensa en que tenían que coordinar todo su talento en una misma melodía, algo que lógicamente originó bastantes conflictos.
El director sabe contar hasta donde puede, con un ejercicio de selección y síntesis admirable, que utiliza el humor y un nivel ajustado de mitomanía para mostrar las aportaciones de cada uno de los cantantes al legendario himno, pero también sus limitaciones y vulnerabilidad en un ambiente de trabajo tan peculiar. Esa capacidad del documental de fusionar lo terrícola y lo genial, las inseguridades y envidias infantiles con el gran ideal de cambiar el mundo con una canción, hacen que esta producción tenga desarrollo dramático gracias a un elenco de personajes, apenas esbozados, pero muy sugerentes.