Director y guionista: Lee David Zlotoff. Intérpretes: Alison Elliot, Ellen Burstyn, Marcia Gay Harden, Kieran Mulroney, Will Patton, Gailard Sartain. 117 min. Jóvenes.
Magnífico melodrama moral que fue aclamado en el prestigioso Festival de Sundance, donde ganó el año pasado el Premio del Público. El film supone el debut en el cine de Lee David Zlotoff, un judío practicante, padre de cuatro hijos y con amplia experiencia televisiva como guionista de las series McGyver y Remington Steele.
Percy (Alison Elliot) es una chica de 25 años que, tras una infancia terrible, acaba de cumplir condena en una cárcel. Sin hogar ni familia, intenta rehacer su vida en un perdido pueblo de Maine. Allí trabaja en el Spitfire Grill, un pequeño restaurante dirigido por Hannah (Ellen Burstyn), una anciana amargada por la desaparición de su único hijo al final de la Guerra de Vietnam. A base de cariño y paciencia, y con la ayuda de una sufrida ama de casa (Marcia Gay Harden) y de un joven granjero (Kieran Mulroney) que se enamora de ella, la joven ex-presidiaria se gana la amistad de su patrona, sobre todo cuando organiza un concurso por correo para cumplir el deseo de Hannah de vender el local. Pero este éxito avivará la animadversión hacia la chica de un grupo de intolerantes.
La historia del Spitfire Grill recuerda bastante a Tomates verdes fritos, de John Avnet. Como en ella, se aprovecha la fascinación inherente a los relatos orales, se dosifican muy bien las misteriosas intrigas, se envuelve el relato con una sugestiva partitura de James Horner y, sobre todo, se ofrece una sensacional definición de tipos humanos. Quizá este último elemento sea la principal aportación del sólido guión de Lee David Zlotoff y de su intensa puesta en escena, muy cinematográfica, pero siempre al servicio de los dramas de los personajes, encarnados por un elenco de actores muy bien dirigidos. Destaca la matizadísima interpretación de la casi desconocida Alison Elliot, sobre la que recae el peso de la profunda reflexión antropológica y moral que plantea la película.
Ciertamente, a veces Zlotoff carga un poco la mano en el recurso a la lágrima, especialmente en el abrupto desenlace. Pero, en términos generales, y a diferencia de Tomates verdes fritos, da claramente primacía a la nitidez moral de la historia sobre su eficacia sentimental. En este sentido, Zlotoff apela tanto al corazón como a la cabeza del espectador y, con un sutil dominio de los recursos fílmicos, logra un rico mosaico que demuestra la plena vigencia de los valores de la tradición judeo-cristiana, al abordar situaciones donde confluyen los grandes temas de hoy y de siempre: el amor, la familia, la compasión y el perdón, las relaciones con Dios… Todo ello, afrontando de cara, sin ñonas moralinas, las aristas dramáticas más cortantes, con una naturalidad y una hondura absolutamente cautivadoras.
Jerónimo José Martín