La quinta entrega de la saga Die Hard está mal escrita y dirigida de manera ramplona y poco inteligente. MacLean vuela a Moscú para acudir al juicio de su hijo, acusado de un crimen en misteriosas circunstancias.
Las entregas anteriores supusieron un considerable bajón respecto al original de 1988, una gran película de acción con un personaje sencillamente espléndido, uno de los grandes héroes del cine de acción explosiva de todos los tiempos. John Moore trabaja sobre una historia en la que hay menos MacLean y sobreabundancia: situaciones demasiado parecidas a las de las dos últimas entregas.
Hubiera sido mucho más interesante encontrar a un John MacLean de casi 60 años que se comporta como tal, teniendo que lidiar con un hijo adulto en una trama de acción trepidante pero ocurrente. Pero los productores no han arriesgado lo más mínimo. MacLean no es que salte de edificios, se cuelgue de helicópteros y resista tremendos accidentes de circulación sin fracturas, es que no se rasga su camiseta, que debe de ser de un material indestructible.
Con todo, el personaje es tan atractivo, tan genial, que la película se ve con agrado, a pesar de ser muy poquita cosa y de tener tramos aburridos.