El guión es de José Manuel Fernández, Romualdo Molina, Joaquín Oristrell y de la misma directora: señalo con esto no sólo lo muy elaborado que está, sino que la obra de teatro de los hermanos Machado del mismo título (estrenada en Madrid en 1929) incita a enmendarles la plana. Así lo hizo también Juan de Orduña en su versión cinematográfica de 1947, interpretada por la cantaora Juanita Reina y por Manuel Luna en los dos primeros papeles. Ahora la Lola y su guitarrista son la cantante Rocío Jurado y José Sancho, ambos espléndidos en sus complementarios y atractivos personajes.
Los hermanos Machado lograron hacer de ellos personajes de típica entraña y raza literaria, permanente. Pero dejaron suficientes cabos sueltos o sugerencias, o tantas seducciones, que Juan de Orduña pudo hacer una buena película al tiempo que imponía su sello. Él decidió situarla a mediados del XIX (Lola lee La dama de las camelias), y, por realizar en la postguerra española, quizá paga tributo, y hace una Lola muy piadosa, en exceso tal vez, y el supuesto prepotente viejo verde -el rico terrateniente Don Diego- queda muy pasado por agua…
Aquí no es el caso, pero se podía hacer un interesante y aleccionador estudio sociológico de España a través de este triple modo de tratar La Lola… Josefina Molina ha hecho una Lola no «mocita y honrá» (como la de los Machado y Orduña), sino viuda y con hechos putescos, con los que -piensa tal vez Molina- manifiesta mejor la Lola su categoría de mujer, su libertad de persona, como si elegir el ser honrá no fuera decidirse por una mejor libertad…
El tercer acto de los Machado es muy malo. Y los dos directores -Orduña y Molina- coinciden en terminar la historia de Lola y su guitarrista al final del segundo acto. Usan ambos el tercero troceado e intercalado en los dos primeros. Y también ambos inventan escenas.
Pero la Molina en sus inventos hace que la Lola se decida por el señorito José Luis con esos hechos antes referidos, en los que desnuda -quizá porque es feminista y es la directora- al actor Jesús Cisneros que lo interpreta, y aun en otra situación del todo traída por los pelos. Así, el que la Lola de Josefina Molina deseche al viejo, gordo y repulsivo Don Diego (Francisco Rabal) por el joven señorito, no parece un acto de libertad… Otro de sus inventos o añadidos es el clima de revuelta social del campesinado, que corresponde a la época previa a la República, y que quizá no desentona…
Ninguno de los dos -especialmente la Molina, pero tampoco Orduña- desarrolla el motivo, sólo apuntado por los Machado, por el que la Lola se va a los puertos y… se queda sola: y es su vocación al arte, por el que quiere tener su corazón libre de otro amor, y limpio. Sólo admite la compañía de su guitarrista, y como guitarra.
Pero la película de Josefina Molina, salvado lo dicho, es buen cine, con una fantástica fotografía de Teo Escamilla, y con una fabulosa actuación de Rocío Jurado.
Pedro Antonio Urbina