Ignacio e Enrique, ambos gays, sufrieron en su infancia el acoso sexual del Padre Manolo, hosco director del colegio católico donde estudiaron. Los tres personajes vuelven a reencontrarse a finales de los años setenta y después en los ochenta, siempre en un sórdido clima de venganza, pasión y autodestrucción.
Quizá para promocionar su película a través de la polémica, Pedro Almodóvar ha denunciado duramente a los sacerdotes pederastas y a la Iglesia católica en general. Sin embargo, estos temas son marginales en su película y además están envueltos en un halo de irrealidad. Es difícil creerse al angustiado sacerdote pederasta y mucho menos a su brutal lugarteniente, un cura gordo capaz de asesinar con la frialdad de Frank Nitty. Además, sus casos se mantienen siempre dentro del ambiente homosexual, dibujado con trazos muy melodramáticos y poco favorecedores. Sólo se sale de esa ley del deseo el personaje de Javier Cámara, el más divertido y entrañable, junto con los de la madre y la tía del protagonista.
En cualquier caso, ese tono de culebrón gay se traduce en varias escenas sexuales muy groseras y en una puesta en escena artificiosa y aburrida. Almodóvar parece haber perdido la frescura de Todo sobre mi madre y Hable con ella, y aquí permite muchos excesos interpretativos, se apoya demasiado en la música de Alberto Iglesias y alarga hasta lo grotesco sus homenajes al cine negro, la comedia clásica y los espectáculos de variedades más casposos. Queda así una película muy desequilibrada, que enfatiza los defectos habituales de Almodóvar y sólo permite atisbar alguna de sus virtudes.
Jerónimo José Martín