El petulante experto en arte Virgil Oldman regenta una casa de subastas en Roma. Gracias a su amigo Billy, que puja por él, posee una secreta colección de magistrales retratos femeninos, que guarda en una cámara privada. Su vida egocéntrica sufre un vuelco cuando contacta con Claire, una misteriosa mujer que desea vender la colección de arte heredada de sus padres. Ella, encerrada en su villa romana, evita verle, pues padece agorafobia.
Ambiciosa producción escrita y dirigida por Giuseppe Tornatore, rodada en inglés. Se reconoce al ganador del Oscar por Cinema Paradiso en un romanticismo angustiado, el deseo de aprehender algo que se nos escapa; y ello con un amplio lienzo –piénsese en La leyenda del pianista en el océano–, acentuado por las obras de arte y un autómata, más la fusión sonora con la partitura de Ennio Morricone, su compositor habitual. En el reparto sobresale Geoffrey Rush. Una gratuita y explícita escena de sexo desentona en esta obra, tan elegante.
Estamos ante una película de misterio e intriga que, sobre todo, es una fábula: la del hombre que en su amor por el arte cree haber cumplido todas sus aspiraciones, incluida la de compartir la vida con una mujer, pues sus cuadros habrían sublimado esa necesidad. Pero incluso la inexpugnable torre de marfil del egoísta tiene vías de acceso a otras realidades, como la posibilidad de darse a otra persona y ser correspondido. Tornatore presenta la tensión entre esa dulzura, apenas gustada, y la comodidad de una vida fabricada durante años, con la ventaja de que los cuadros no protestan. El cineasta italiano sabe intrigar con esa mujer cuyo aspecto se nos hurta casi todo el tiempo, mientras vemos que lo único que humaniza a Virgil son sus relaciones con los demás.