Un falso predicador, en realidad un asesino, busca el botín de un atraco y para ello se introduce en la vida familiar de una joven viuda con dos hijos pequeños.
Basada en una muy recomendable novela de David Grubb (la tienen muy bien traducida en Anagrama), esta película de 1955 fue la única que dirigió el gran actor inglés Charles Laugthon. Se trata de un sobrecogedor relato con resonancias bíblicas, con inolvidables interpretaciones y una realización tan exquisita que solemos usar esta película en las Facultades de Comunicación.
La fotografía es de Stanley Cortez, que trabajó con Welles en El cuarto mandamiento, mientras del guión adaptado se medio encargó el crítico de cine, periodista y escritor James Agge. Los momentos finales, con la gran Lillian Gish, son sencillamente insuperables. Shelley Winters (dos veces ganadora del Oscar a la actriz secundaria) compone magistralmente su complejo personaje, y se nota que antes de la película, Laughton había sido su profesor de interpretación.
La cinta fracasó en taquilla pero es una de esas obras que con los años se han agigantado: es muy raro encontrarla fuera de las listas de las 20-30 mejores películas norteamericanas. El que quiera profundizar tiene un buen libro de Gorostidi editado por EIUNSA.
