Finales de los ochenta. Los Grusinsky conforman una familia con amplia tradición profesional en la policía. Actualmente Burt es uno de los veteranos jefes de la policía neoyorquina, y su hijo Joseph ha sido promovido como capitoste de una unidad antidroga. Pero todo clan tiene una “oveja negra”, y Bobby, el otro hijo de Burt, no ha seguido los mismos pasos. Él está al frente de una importante discoteca, y aunque nada en su trabajo es ilegal, su garito es frecuentado por mafiosos rusos dedicados al narcotráfico, cuya mercancía circula por allí. Cuando Joseph le pide que le eche un cable, a modo de confidente, Bobby, que se ha cambiado el apellido para que nadie le relacione con la pasma, rehúsa.
Gray demuestra gran coherencia temática en su breve filmografía de tres títulos -los otros son Cuestión de sangre y La otra cara del crimen-, al orquestar intensos dramas alrededor del mundo policial y criminal. Aquí entrega una película muy en la línea de los títulos que dominaron los setenta, como French Connection y Serpico, en consonancia con otro film reciente, American Gangster.
No inventa la pólvora, y a veces el ritmo narrativo resulta un tanto cansino (como en la obscena concesión erótica del arranque), pero dibuja bien los lazos familiares, donde se encuentran en tensión el cariño y el resentimiento. El reparto es excelente, aunque domina la función Joaquin Phoenix, con el personaje mejor dibujado en la trama. Entre los momentos trepidantes destacan la visita al laboratorio de droga, la emboscada en la autopista y el clímax en el campo de trigo.