Emmanuelle Blachey es una de esas personas que han labrado su posición profesional gracias a una inteligencia despierta, a un gran espíritu de trabajo y a un buen historial de renuncias personales. El puesto que ocupa en el Comité Ejecutivo de su empresa responde únicamente a méritos propios. Por eso, el día en que recibe la proposición de apoyo de un lobby femenino para hacerse con la dirección de una de las mayores energéticas francesas, le incomoda la estrategia.
Tonie Marshall da de lleno en el argumento por el que muchas mujeres rechazan las cuotas y esa tercera ola de neofeminismo que inunda la actualidad: prefieren ser juzgadas por sus capacidades y, seguras de sus posibilidades, participar de igual a igual en la carrera.
Y sin embargo, Blanchey gira su posición inicial al darse cuenta de que las reglas del juego dependen de quien ejerce el control y de que en las esferas aún dominadas por hombres hay una necesidad acuciante de no perder las riendas. No participa en una carrera sino en una batalla.
La película muestra a mujeres interesadas en el poder y en la influencia, y lo complicado que lo tienen en esos niveles profesionales. Lo que Marshall nos cuenta no es ciencia ficción y lo hace con interés, evitando ser maniquea. Conviene deshacerse de la pereza a la que nos ha abocado el feminismo agresivo y polémico y entrar a la discusión que plantea la directora. La cinta es ágil, las actrices, especialmente Emmanuelle Devos, están muy bien. En conjunto podemos decir que La número uno es una película interesante y necesaria.