Director: Gérard Corbiau. Guión: Eve de Castro, Andrée Corbiau y Gérard Corbiau. Intérpretes: Benoît Magimel, Boris Terral, Tchky Karyo, Colette Emmanuelle, Cécile Bois, Claire Keim. 108 min. Jóvenes-adultos.
Luis XIV tiene 14 años. El reino está en manos de su madre y de su entorno, un grupo de nobles revoltosos (la Fronda) que se adornan con una falsa capa de virtud y religiosidad. A través de la música, el rey va a transformar su corte en el centro de atracción de Europa. El músico italiano Lully será su instrumento. El rey es un gran bailarín, y Lully compone fastuosas coreografías que realzan su figura hasta convertirle en el Rey Sol.
En la historia de Lully, el belga Gérard Corbiau ha reencontrado su tema favorito: el artista obsesionado por su arte. Es la misma historia de El maestro de música o de Farinelli, con más oficio pero igualmente vacía. Se trata de una historia sin historia, de un pretexto para liberar emociones a partir de un barroco montaje de música e imágenes, dirigido al corazón más que a la inteligencia. No hay drama ni tensión. Los hechos, el reinado de Luis XIV, su corte, sus batallas, apenas se nombran. Se dan por supuestos. El drama de Molière o el del matrimonio del músico reclaman a gritos la atención del guionista, pero son dejados de lado. El cineasta se centra en Lully y en sus dos obsesiones: el Rey, a quien adora de forma enfermiza -se sugieren tendencias homosexuales en este músico libertino, padre de seis hijos-, y su música. Y, desde ahí, se plantea si el arte está por encima del hombre.
Técnicamente, la película está bien construida. Las imágenes son impactantes, siempre supeditadas a la música, auténtica protagonista de este film, que alcanza su cumbre en las escenas de baile, bellas, fastuosas, llenas de color. En cuanto a la verdad histórica, claramente no es el tema de la película.
Fernando Gil-Delgado