Manuel Fernández define su opera prima como un film sobre la búsqueda de Dios. El argumento se desarrolla durante una guerra, en la que parece que el tirano va a hacerse inevitablemente con el poder, un poder totalitario marcado por el miedo y la intolerancia. La trama transcurre en tierra de nadie, en mitad de una meseta donde ya han sido expulsados todos sus habitantes. Sólo queda un poblacho con cinco personas: Salatiel, un «comisario» del Gobierno; su esposa Raquel; Mateo, encargado de enterrar a todos los cadáveres que traen los soldados; Moisés, un antiguo alfarero enfermo, y su hija, María. En ese sórdido escenario hace su aparición Pablo, un desertor que busca refugio. Su presencia desencadenará cambios irreversibles en los habitantes del pueblo.
Película tremendamente metafórica que gira en torno a la fe, o mejor dicho al problema «moderno» de la fe. Cada personaje «busca el cielo a su manera», como afirma uno de ellos. Aunque la cinta gire en torno a la fe, su planteamiento existencialista está mucho más cerca de Bergman que de Tarkovski. De hecho, no habla de Dios, sino de distintas posiciones humanas respecto a Dios. Y ninguna de estas posiciones es definitiva. Es siempre problemática. Incluso en las alusiones al silencio de Dios encontramos el eco de Bergman. Película inteligente muy por encima de la media.
Juan Orellana