Abren esta original película unas imágenes que podrían pertenecer a cualquier documental: fotos, cuadros, castillos y monumentos relativos a la reina Isabel de Castilla, la Católica. Sin transición, el espectador se enfrenta a un féretro y a una enlutada figura que comienza a relatar en primera persona. Es la reina en persona que, cinco siglos después de su muerte, se dispone a asumir su propia defensa frente a los que la ignoran o la denigran. No pide clemencia, sino justicia. Tampoco elude ningún gran tema: ni su apasionado amor hacia Fernando, ni el descubrimiento de América, ni la traumática creación de un Estado moderno, ni las luchas contra los musulmanes, ni la polémica expulsión de los judíos… Con vigor y hondura, encara todos los tópicos sobre su reinado, enfrentando a ellos, con nítida desnudez, la realidad de su época e incluso acontecimientos de los últimos siglos y hasta actuales, que emplea como luminosos puntos de referencia para entender y valorar mejor las complejas decisiones que tuvo que tomar como soberana.
Tras veinte años alejado del cine, el director, productor y guionista Rafael Gordon (Tiempos de constitución y Cuatro locos buscan manicomio) se ha rodeado en su retorno de un prestigioso equipo técnico: Julia Juániz (montaje), David C. Aranguren (fotografía), Eva Gancedo (música)… Le ha venido bien esta ayuda pues ha planteado una película diferente, sobre todo porque tiene un único personaje: la reina Isabel. Esta arriesgada apuesta funciona, sorprendentemente, gracias, en primer lugar, a la magnífica interpretación de Isabel Ordaz. Cuenta por otra parte con un gran guión: un largo y bello discurso, admirablemente articulado, que tiene garra dramática y posee además el atractivo de lo auténtico. Y es que Gordon se ha documentado a fondo sobre el personaje y su época. Según él, la vida de la reina Isabel, es «pura sangre de guión cinematográfico», y considera «inconcebible que no sea un personaje de repertorio cinematográfico, como lo es en Inglaterra la reina Isabel I».
Finalmente, y aunque se trata de una obra que ha renunciado deliberadamente al espectáculo fastuoso típico de las producciones históricas -como la reciente Juana de Arco, del francés Luc Besson-, no se limita a hacer teatro filmado. Rafael Gordon bucea en las fuentes del séptimo arte, y encuentra y ofrece recursos visuales sugestivos, al estilo de Alain Resnais o Dreyer. Confirma así que no hace falta más que una buena actriz, un buen guión, una cámara y un mínimo decorado para realizar una gran película; hasta el punto de que estos noventa minutos de monólogo se hacen cortos.