Para valorar los aspectos cinematográficos de la cuarta y penúltima película de la saga Crepúsculo son suficientes un par de líneas. No hay nada que merezca destacarse. Las interpretaciones son malas. Los efectos son de cartón-piedra y las líneas de diálogo dan vergüenza ajena. Probablemente esta película es la peor de la serie, porque la trama da para muy poco.
Los primeros cuarenta minutos giran alrededor de la boda y la consumación del matrimonio, lo que se resume en una sucesión de postales erótico-sensuales alternadas con frases de exaltación de lo cursi. Después del embarazo de Bella hay un poco de argumento y de tensión dramática.
Dicho esto, el fenómeno Crepúsculo invita a pensar. La película reproduce a pies juntillas el credo de la autora de las novelas, Stephanie Meyers, mormona practicante; credo que llevaría la etiqueta de tradicionalista. En la cinta, por ejemplo, no es que se hable del matrimonio hasta la muerte, sino se dice textualmente que “para siempre solo es el comienzo”; las relaciones sexuales –tan trivializadas en mucho cine actual– se celebran como un acontecimiento especial que se reserva para una única persona, se exalta el valor de la familia y se está dispuesto a dar la vida –literalmente– por cualquier miembro de esta familia. Aquí se llega al extremo con una Bella decidida a morir para dar a luz a su criatura.
Algunos quizá concluyan que la aceptación de Crepúsculo se debe simplemente a que Robert Pattinson vuelve locas a las adolescentes, que los jóvenes defienden el romanticismo exaltado porque es ficticio pero luego no lo quieren para los días laborables, o que todo es una operación de marketing. Prefiero seguir pensando y abrir un interrogante, no vaya a ser que la necesidad de los grandes ideales, de los héroes, de los compromisos eternos, del esfuerzo ante los retos estén impresos en nuestro ADN y los mayores lo hayamos olvidado. Tanto tiempo vendiendo a los jóvenes desinhibición sexual, y ahora resulta que les atraen los vínculos fuertes y la exclusividad forever.
Con esto no defiendo una cinta a la que pongo peros en el mensaje (la imagen de la mujer es uno) y que, desde el punto de vista cinematográfico, me parece perfectamente prescindible. Simplemente, me da que pensar la multitudinaria y enfervorizada legión de fans.