Desde hace décadas, los Logan tienen fama de gafes en el pueblo de West Virginia en el que viven. Harto de esta maldición, uno de los hermanos, Jimmy, organiza un temerario golpe para robar el dinero recaudado en la legendaria carrera Coca-Cola 600 de la NASCAR, la categoría automovilística más famosa de Estados Unidos.
Diez años después de culminar la trilogía de robos sofisticados y urbanitas que inició con Ocean’s Eleven, el polifacético cineasta estadounidense Steven Soderbergh retoma la fórmula en La suerte de los Logan. Pero esta vez lo hace con una ambientación rural y una mayor dosis de humor autoparódico, que culmina en los créditos finales, donde presenta como debutante al veterano Daniel Craig –el actual James Bond– y en el que avisa que en la película no se ha robado realmente a nadie… salvo al espectador.
Esta opción radical por la comedia disimula un poco las ligerezas e irregularidades del guion de la novel Rebecca Blunt, permite registros insospechados al notable reparto –aunque varios personajes están desaprovechados– y, a la postre, sustenta un divertimento entretenido y ágil, que dosifica bien los enredos y giros narrativos sin recurrir demasiado al humor grueso e incluso esbozando algún conflicto dramático interesante. Todo ello, envuelto por un certero homenaje nostálgico a las populares baladas country de John Denver.
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