Opera prima de David Planell, un curtido guionista (Hospital Central, El Comisario) “culpable” con Gracia Querejeta de la jugosa historia de Siete mesas de billar francés. En La vergüenza, Planell aborda el conflicto de un joven matrimonio incapaz de “hacerse”con un niño peruano al que tienen en régimen de acogida y pretenden adoptar.
El realizador madrileño opta -en el tema y en el tono- por una línea de cine social que quiere enlazar con algunos de los títulos más solventes de la filmografía nacional de los últimos años; desde Solas hasta Mataharis, pasando por El Bola o la propia Héctor (de la que también fue coguionista con Gracia Querejeta).
Además de arrimarse a la “línea de calidad” del cine español, hay que elogiar a Planell su esfuerzo por ahondar en cuestiones de gran actualidad, como la adopción en una sociedad multicultural, que hasta ahora solo se han tratado, por encima, en algunas series televisivas pero que apenas han saltado a la gran pantalla. En este sentido, hay escenas escritas con gran realismo que confirman la valía de Planell como guionista, aunque, en este caso, el cineasta (quizás porque sabía que también tenía que dirigir la película) simplifica en exceso las tramas hasta convertir la historia en casi una historieta, con muy escaso desarrollo (entre otras cosas porque la acción dura solo medio día).
De todas formas, donde la película no convence es en la realización. Planell encierra a cuatro personajes entre cuatro paredes, y esto, si no tienes un texto de Shakespeare o eres Lawrence Oliver, es capaz de llevar al fracaso a cualquiera. Los actores están forzados, declaman con hieratismo, van y vienen de la cocina al salón y del salón a la cocina en estáticas escenas que se alargan hasta el infinito. Esta errática realización, casi teatral, lastra una historia muy interesante sobre el papel. A pesar de todo, la cinta ha ganado el premio a la mejor película y guión en el Festival de Málaga.