Todos admiran a Charles Kranz, de tan solo 39 años, pero al mundo parece que se le acaba el tiempo… Con un relato reestructurado temporalmente, La vida de Chuck edifica una original distopía fundamentada en la elipsis y el misterio que sostienen su encanto. La historia de un hombre que se convierte en un referente universal desde una vida aparentemente sencilla.
El norteamericano Mike Flannagan (Doctor Sueño, La maldición de Hill House), se ha convertido en uno de los cineastas más valorados en el género de terror y fantasía en los últimos años. En esta última película ha dado un giro quizás demasiado ambicioso, pero suficientemente hábil para esconder la simpleza e ingenuidad de buena parte de sus fundamentos dramáticos. Con un casting envidiable en el que brillan actores intergeneracionales tan empáticos como el joven Jacob Tremblay (Wonder, La habitación), el primerizo Cody Flanagan, o el veterano Mark Hamill, este director saca brillo a un relato de Stephen King de apenas 60 páginas en el que se pretende abarcar el miedo a lo desconocido, el sentido del dolor y la muerte, la libertad y el destino de cada uno, el fin del mundo… Con este panorama, es fácil entender que la crítica se haya dividido entre los que la consideran una obra maestra y una solución definitiva a la desesperanza vital generalizada, y los que opinan que se trata de un auténtico fraude.
Es evidente que la película se enmarca en una corriente cinematográfica que pretende encontrar el éxito devolviéndole al espectador la ilusión por el cine y la vida. Títulos como CODA o Green Book llegaron a lo más alto con esa premisa. La vida de Chuck tiene a su favor un relato que juega a ser imprevisible hasta el final con un apoyo muy notable en el cine musical. Por eso la aparición de Tom Hiddleston resulta tan magnética, con una coreografía que no destaca tanto por la complejidad del baile sino por la creativa situación que recrea.
El guion y el relato original también adquieren un cierto hechizo al utilizar a autores tan dispares y sugerentes como Carl Sagan y Walt Whitman, que dan a la historia una trascendencia y profundidad que sería muy inferior sin su ayuda.
La película ganó el Premio del Público en el último Festival de Toronto y puede llegar muy lejos en la carrera de premios, tanto técnicos como artísticos. Y demuestra que Stephen King es, por méritos propios, uno de los escritores más adaptados al cine y la televisión con más de 70 títulos derivados de su poderosa imaginación.