Christian es nuevo en la plantilla del supermercado, un grupo de personas muy compenetrado, antiguos ciudadanos de la RDA que perdieron sus empleos tras la caída del comunismo; aquí encontraron no solo un trabajo, sino algo así como una familia. Christian comienza a trabajar a las órdenes del taciturno Bruno, jefe del departamento de bebidas, quien le enseña a conducir carretillas elevadoras y poco a poco se convierte en su amigo paterno. Pronto Christian descubre a Marion, que trabaja en el departamento de confitería y que le empieza a gastar alguna pequeña broma.
De modo similar a los protagonistas de las películas de Aki Kaurismäki, que a menudo trabajan en fábricas, restaurantes modestos o centros comerciales, en A la vuelta de la esquina, Thomas Stuber se centra en las personas que desempeñan un trabajo sencillo. Desde el principio, cuando las carretillas elevadoras recorren los pasillos infinitamente largos del supermercado al son de un vals, el director concede gran importancia al trabajo bien hecho; por ejemplo, Christian aprende a llenar correctamente las estanterías. El director va trazando sin prisas los diferentes personajes. En primer plano, sin embargo, hay una tierna historia de amor en un lugar inusual entre la gente que vive, por así decirlo, en la planta baja de la sociedad, como por ejemplo en Un hombre sin pasado, de Kaurismäki. Además, Stuber cuenta su historia de forma tan minimalista como el maestro finlandés.
En la Berlinale del pasado año, A la vuelta de la esquina fue galardonada con el Premio del Jurado Ecuménico y el Premio Gilde de los cines alemanes. Además, Franz Rogowski recibió el galardón al mejor protagonista masculino en los Premios del Cine Alemán de 2018, en los que la película estaba nominada a un total de cuatro “Lolas”.
