Hasta ahora, Jaime Marqués era conocido por sus cuentos, sus premiados cortos —Abierto, El paraíso perdido y La carta— y sus guiones para películas mediocres, como Adiós Tiburón, Noche de reyes o La caverna. Ahora ha debutado brillantemente en el largometraje con Ladrones, Premio Especial del Jurado en el Festival de Málaga 2007. Se trata de un intenso melodrama con varios puntos en común con Pickpocket, el clásico de Robert Bresson.
El protagonista es Álex, un adolescente cuya madre le enseñó el arte de robar cuando era un niño. Después, ella desapareció de su vida tras ser detenida en el metro. Nada más salir del orfanato en el que se ha criado, Alex encuentra un trabajo como peluquero, e inicia la búsqueda de su madre, de la que no sabe nada desde hace años. Pero al poco desiste de sus buenos propósitos y comienza a robar por la calle y a hacer trabajitos para el turbio anticuario que le compra los objetos robados. Un día, su camino se cruza con el de Sara, una guapa universitaria, frívola y despreocupada, que es adicta a los pequeños robos. Comienzan a trabajar juntos y a dividirse las ganancias. Pero pronto el destino les pasa factura por incumplir la regla de oro de los ladrones: no enamorarse nunca de un colega.
Esta ópera prima de Jaime Marqués parte de una trama muy escueta y demasiado fatalista, y abusa de algún recurso enfático, como los ralentizados o la música coral. Sin embargo, goza de una sobresaliente resolución fotográfica (David Azcano) y musical (Juan Federico Jusid), el montaje de Iván Aledo es antológico, y la planificación de Marqués es poderosa, sustancial y emotiva, especialmente en sus metáforas religiosas sobre la maternidad. Además, ofrece unas interpretaciones espléndidas de Juan José Ballesta y María Valverde. Cabe elogiar incluso su tratamiento del erotismo, ciertamente sensual, pero ni zafio ni exhibicionista. Todo esto la convierte en la mejor película española de la temporada hasta el momento.