Tras el éxito en 1992 de Niños robados, el director italiano Gianni Amelio obtiene un resonante nuevo éxito con Lamerica; entre otros premios, ha logrado el de la Crítica Internacional en la Mostra de Venecia de 1994. Además de la corrección de su lenguaje, la eficacia de las películas de Amelio se debe en gran medida a las historias que cuenta y a un muy bien trabajado guión, en el que vuelca su sensibilidad, en especial sobre la gente que sufre.
La historia arranca en 1991, tras la caída del comunismo en Albania, cuando muchos albaneses, especialmente los jóvenes, huyendo de la miseria de su país, pretendieron entrar en Italia. Parece que la reacción de Italia ante esta invasión no fue muy generosa: así lo ve Gianni Amelio, y le duele, y ese dolor se transmite de modo desgarrador en su película, Lamerica, esa américa o paraíso de libertad y de bienestar que tantos albaneses quisieron encontrar en Italia.
Aprovechándose de la situación ruinosa de Albania, dos empresarios italianos compran una abandonada fábrica de zapatos, con la intención de enriquecerse fraudulentamente. Las leyes albanesas exigen un socio del propio país, y, comprando a algunos funcionarios, pretenden burlar la ley introduciendo como tal a un viejo loco, antiguo refugiado de la II Guerra Mundial. Uno de los empresarios, Fiore (Enrico Lo Verso), que inicia una andadura prepotente, tras su largo recorrido por la negra Albania, acompañado del viejo loco, iniciará la andadura de vuelta a Italia, desvalido, inerme, pobre…, y quizá rico con la visión y comprensión de la justicia, de la solidaridad humana…
La acción se desarrolla casi completamente en Albania. La sola presencia de rostros demacrados por el hambre, miradas perdidas en la negrura de la angustia, desamparo… dan una fuerza de verdad sobrecogedora. El paisaje desolado, casi desértico… Pueblos y ciudades destrozados por el abandono, la miseria, el crimen… Interiores mezquinos, agobiantes, tétricos… La cámara de Amelio -dije- es correcta, o quizá humilde: como si quisiera evitar su propio lenguaje y dejara que las cosas mismas y las personas, con su casi aullido de dignidad perdida, lo hablaran.
Clásico en el arte y en la literatura ese andar por los infiernos (Dante, Quevedo, Cervantes…), y volver purificado. Tremendas las imágenes finales -más que documentales, trágicas, grandes- del barco cargado como un enjambre de hombres, mujeres y niños, sobre un mar duro y silencioso, una humanidad, casi agonizante, en la que sólo en sus rostros, en sus ojos, hay un aliento de luz. Todo el color de esta tragedia albanesa, aun siéndolo, tiene la rara eficacia del blanco y negro: exangüe, agostado, mortecino… sobre el que grita el derecho de vivir..
Pedro Antonio Urbina