Desde el año 2014, Francia instauró la justicia restauradora como medio de reinserción de delincuentes y de sanación psicológica de las víctimas. Las personas que aceptan entrar en estos programas se comprometen a no exigir compensaciones económicas o penales, sino simplemente a abrir una vía de diálogo que les ayude a reconstruir sus vidas siendo más conscientes del dolor que han producido o padecido.
A sus 45 años, la directora y guionista francesa Jeanne Harry (En buenas manos, Call my agent) confirma que es una cineasta que, desde la sencillez y la sinceridad de sus planteamientos, posee una sensibilidad excelente para los conflictos dramáticos. Si En buenas manos mostraba la adopción en Francia desde varias situaciones familiares muy diferentes, en Las dos caras de la justicia se muestra la complejidad de la redención de presos gracias a los programas de conexión vigilada con sus víctimas.
La película demuestra que el mejor cine francés desde hace décadas pertenece al género del drama social, a pesar de que los premios y la taquilla vaya para las comedias ligeras y el ensimismado vanguardismo festivalero. Jeanne Herry es incisiva en todos los retratos, pero midiendo con una distancia perfecta cada una de las aproximaciones al dolor y la soledad de sus protagonistas. La sucesión de escenas –logradísimas en intensidad y contención– exigían un reparto que estuviese a la altura, y hay que reconocer que el casting es prodigioso, con intérpretes consagrados como la septuagenaria Miou-Miou (que probablemente tiene el personaje mejor desarrollado por su delicadeza y empatía), o Gilles Lelouch (La fiesta de la vida, Pequeñas mentiras sin importancia), y otros más jóvenes que brillan igualmente como Adèle Exarchopoulos (La vida de Adèle) o Dali Benssalah (Atenea).
Las dos caras de las justicia termina un tríptico excelente sobre la justicia restauradora que completan la película española Maixabel y la norteamericana Mass, dos de los títulos más sugerentes de 2021.
