Pietro y Bruno están deseando que llegue el verano para volver a verse en un pequeño pueblo en medio de los Alpes italianos. Pietro vive en la ciudad durante el invierno, mientras que Bruno vive siempre en el ambiente rural. Aun así, los dos están convencidos de que nada podrá terminar con esa fuerte amistad, fundamentada en su común amor por ese maravilloso paisaje alpino que los ha visto crecer.
El italiano Paolo Cognetti (Milán, 1978) es un escritor fascinado por la vida en soledad en medio de la Naturaleza, algo que pone en práctica varios meses al año. Las ocho montañas fue su primera novela, publicada en 2011 y ganadora del premio Strega en Italia, y el premio Médicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia. Lo más original de esta historia es que convierte a la Naturaleza en un rival de la amistad para toda la vida, que busca poseer por completo el corazón de las personas que sienten esa atracción por el paisaje.
Los realizadores y guionistas belgas Felix Van Groeningen (Beautiful Boy, Alabama Monroe) y Charlotte Vandermeersch son marido y mujer, y sin duda en esta ocasión han logrado su mejor película, ganadora del Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes. Gran parte del mérito es compartido con el director de fotografía Ruben Impens, colaborador habitual de los directores, que logra plasmar la belleza serena e inabarcable de la Naturaleza, con una utilización de lentes especializadas que permiten una gran profundidad de campo y la observación nítida del color y la luz en grandes distancias.
La historia se apoya totalmente en los dos actores protagonistas y en el paso del tiempo de sus personajes, especialmente en la vida adulta. Alessandro Borghi (conocido especialmente por ser uno de los personajes principales de la serie italiana Devils) y Luca Marinelli (Martin Eden) hacen una composición magnífica sin apenas usar palabras, sino más bien con gestos que definen la amistad y la devoción por el paisaje que los une.
El desarrollo dramático de los personajes tiene escenas entrañables, pero la omnipresente voz en off resulta demasiado redundante y superficial. Tampoco los diálogos entre los amigos hacen que la película merezca dos horas y media de metraje. Es evidente que los directores y guionistas pretenden que el espectador busque los matices de los personajes en los silencios y miradas, pero, en ocasiones, resulta una tarea demasiado ardua. Con una duración tan generosa, el arco dramático debería tener una evolución más precisa y desarrollada, con algunos giros que sorprendan por su calidad simbólica. Sin mostrar esa interioridad, la película es un espectáculo visual incuestionable, pero protagonizado por unos personajes a los que nos gustaría conocer más en profundidad.