Nemo Nobody vive una vida normal con su mujer y sus tres hijos, pero un día se produce un salto en la realidad: se despierta en el año 2092, tiene 120 años y le informan de que es el último mortal del mundo; la nueva humanidad es inmortal. Al borde de la muerte se pregunta si vivió una buena vida, si tomó las decisiones adecuadas, si amó a la mujer que debía amar… Nemo se esfuerza por recordar su vida y contarla a la prensa, y cada recuerdo es diferente. La película, a golpe de pseudo flashbacks, recorre diversos pasados, todos distintos, según las decisiones que tomó en los momentos cruciales de su vida.
Estamos ante un producto tan extraño y pretencioso como su título. Visualmente es un alarde, los planos son pulcros, las secuencias han sido pulidas hasta el detalle para presentar este curioso viaje de la memoria en el que realidad y posibilidad se dan la mano, y la acción se traslada continuamente de un mundo a otro mundo alternativo, con una realidad distinta. Nemo siempre busca lo que debió ser, que no es otra cosa que la pareja ideal.
La película destaca por la imaginación desplegada para encontrar maneras nuevas de contar historias, y por su sentido del ritmo. Pero el apabullante despliegue de medios realizado revela muy claramente la inanidad del guión: una hermosa pompa de jabón que no tiene nada dentro. La historia se reduce a considerar que las decisiones, incluso las más pequeñas, tienen consecuencias. Y para colmo, sus 138 minutos acaban por aburrir al espectador.