Segunda entrega de la adaptación de la Trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, que narra la investigación de una serie de asesinatos en serie que ocurren en el valle de Navarra. Como toda saga que se precie, algunos protagonistas son los mismos -la inspectora Salazar, su familia y su equipo- y cambian los “malos” que, en este caso, además del presunto asesino es un maquiavélico psiquiatra y sacerdote del Opus Dei que trabaja en la Clínica Universidad de Navarra y que podría ser pariente del siniestro monje Silas de El Código da Vinci.
Como ocurría en El guardián invisible, la cinta, sin sobresalir especialmente, es correcta y funciona como divertimento, macabro, pero entretenido, al fin y al cabo. Es un film policiaco que coquetea a ratos con el terror y con una dosis más importante de sangre que de suspense. Los aspectos familiares y conflictos psicológicos de la protagonista –de nuevo buena interpretación de Marta Etura- tienen menos peso por resultar conocidos y, en algunos momentos, además de ser muy previsibles, están desarrollados con poca sutileza.
Tampoco es muy sutil el retrato que se hace de la Clínica Universidad de Navarra. La ficción es ficción y se cuenta con que el espectador distingue. Pero eso no quita que, para los profesionales que allí trabajan, la película pueda ser hiriente porque además, precisamente por ser ficción, no permite ni siquiera el derecho a la réplica.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta