Película de interesante trasfondo político y social, con trama a tres bandas. Janine, una veterana periodista televisiva, ha sido requerida para una entrevista en exclusiva por Jasper, un senador republicano con aspiraciones presidenciales. En la conversación a solas de una hora le explica la nueva estrategia contra el terrorismo en Afganistán e Irak que está impulsando. Arian, un soldado negro, y Ernest, un soldado mexicano, amigos desde su época universitaria, participan en esa nueva estrategia, a resultas de la cual quedan atrapados y cercados tras las líneas enemigas talibanes. Estos dos hombres eran de los mejores alumnos de Stephen, profesor de una universidad de Los Ángeles, que alecciona a un brillante pero frívolo pupilo con su ejemplo, para que se tome en serio su formación.
Robert Redford entrega un buen film -es sólido el guión de Matthew Michael Carnahan-, que en ningún momento oculta su evidente intención didáctica, algo que está subrayado incluso en el hecho de que Redford se reserve el papel del profesor. Evitando la demagogia fácil, presenta una radiografía de la sociedad estadounidense que ofrece elementos para el debate, en lo que se refiere a la actitud de los políticos -que aunque sean sinceros patriotas, a veces piensan en términos globales sin considerar los costes humanos personales, o se mueven por la ambición-, los medios de comunicación -que preocupados por su audiencia, han abandonado su papel de control del gobierno, siendo un elemento más en la correa de transmisión de sus mensajes-, los profesores -que han de hacer conscientes a sus alumnos de sus talentos, pero que corren el peligro de convertirse en unos teóricos- y la juventud -aquí se confronta la ilusión de las mejores cabezas de las minorías negra e hispana, por ser reconocidos por sus conciudadanos, con el adocenamiento de otros jóvenes sin ideales, que sólo piensan en fiestas y desperdician sus vidas-.
En un título como el que nos ocupa es vital la suave transición de un escenario a otro, y Redford logra engarzarlos con gran naturalidad. No sólo eso, sino que el conjunto tiene una gran cohesión. El reparto es excelente. Resulta curioso comprobar cómo Meryl Streep puede saltar de directora de una revista femenina en El diablo viste de Prada a la periodista liberal e incisiva de este film, dos personajes con la misma profesión pero muy dispares. Tom Cruise sabe dar encanto a su personaje, muy humano y nada demonizado, en su primera producción en United Artists. Están muy bien los soldados, ese gran Michael Peña, cuyo papel podría recordar al de World Trade Center, pero que tiene su entidad propia: aquí es un estudiante, allí era un padre de familia, aunque en ambos casos los personajes esperen el ansiado rescate. Y es muy interesante la composición de Andrew Garfield, el brillante pero desmotivado estudiante, todo un signo de interrogación acerca de lo que puede ser Estados Unidos en el futuro, y por extensión, la sociedad occidental