Intérpretes: Clara Beller, Antoine Basier, Mathias Mégard, Aurore Rauscher, Serge Renko, Michaël Kraft.
En realidad se trata de tres películas independientes con unidad de tema: las relaciones afectivas, los engaños y los celos, y las promesas amorosas… casi siempre incumplidas. Todo está contado desde el humor, desde la ternura y la comprensión hacia el ser humano. Y con sencillez: Rohmer, como una réplica muda a tantas superproducciones llenas de efectos especiales, ha rodado en 16 mm. Esta pequeña cosa técnica soporta o sostiene una obra de arte.
La primera película, La cita de las siete, es una verdadera comedia de costumbres y enredo, graciosa, agridulce, encantadora. La selección de actores, y sobre todo de actrices, es perfecta en cuanto a dar el tipo de cada personaje; además, Rohmer los y las viste con cierta intemporalidad, de modo que el personaje adquiere aliento universal, clásico.
Los bancos de París, la segunda película, muestra el cotidiano pasear por diversos parques de París de una pareja de -él lo quisiera- enamorados. La reacción final de la joven (absurda desde la perspectiva masculina) resuelve el suspense de la itinerante historia de amor. Quizá cabría objetar a esta.historia -abstractamente inmoral- su excesivo metraje y la reiteración de muchas situaciones parecidas.
La tercera historia, Madre e hijo, 1907, gira sobre un cuadro de Picasso, un pintor, una posible alumna, y una posible enamorada… Tiene toda la visualidad de un cuadro plástico. Palabras y pintura se entrecruzan y completan, rostros y palabras, colores y formas. Y un ritmo quebrado como el cuadro cubista del que parte.
El de Rohmer, suele decirse, es un cine de la palabra hablada. Y sí, hablan mucho sus personajes en diálogos perfectamente medidos, chispeantes, nunca triviales. Pero tanta fuerza como la palabra que se oye tiene en Rohmer la palabra que se ve, la imagen, que cuida con mimo y maestría y, por ser magistral, se expone con sencilla naturalidad. En esta película, con casi ofensiva naturalidad.
Los planos y encuadres en Rohmer suelen ser muy amplios y abiertos, para que el espectador actúe, adopte una postura activa y participe en la historia. Quizá por eso hay un cierto sector del público que huye de Rohmer: prefiere la pasividad, en vez del enriquecimiento que todo arte lleva consigo; prefiere, ese sector del público, que le entretengan, que le den todo hecho.
Pedro Antonio Urbina