Ganador del Oscar al mejor director por Rain Man, el casi siempre interesante Barry Levinson lleva años dando bandanzos en filmes como El mejor, El secreto de la pirámide, Good Morning, Vietnam, Toys, Bugsy, Acoso, Sleepers, La cortina de humo o Esfera. Ahora, vuelve a ambientar su última película en Baltimore, su ciudad natal, donde ya desarrolló Diner, Dos estafadores y una mujer y la excelente Avalon. Liberty Heights comparte con Avalon un tono intimista y autobiográfico, aunque esta vez la trama se desarrolla en 1954. Ese año, una humilde familia judía del barrio que da título al filme sufre en propia carne las convulsiones sociales de la época. Por un lado, el auge de la televisión arruina el local de variedades que regenta el padre, lo que le obliga a asociarse con un mafioso negro. Por otro, las primeras aventuras amorosas de sus dos hijos -la del mayor, con una frívola chica protestante; la del menor, con una inteligente adolescente negra- se ven afectadas por los coletazos de ancestrales prejuicios raciales.
Muy bien escrita e interpretada, la película afronta con hondura y humor los conflictos dramáticos que plantea, y ofrece una esmerada factura visual. Sin embargo, el ritmo resulta algo premioso, y las dos bellas historias de amor se resienten de una insistencia excesiva, y a veces vulgar, en el despertar sexual juvenil y en los espectáculos de striptease a los que recurre el padre del protagonista.
Jerónimo José Martín