Después de un sorprendente paso por las salas, llega a plataformas el que es, sin duda, el documental español más iconoclasta del 2023. Su director, Santos Blanco ha sido, hasta este título, director de publicidad, y en el año 2020, después de una campaña en la que visitó algunos conventos, decidió rodar la vida monástica. El impacto que le produjo esa forma de vida es el tono que rodea el documental.
El guion se articula alrededor del eje “Camino, verdad y vida”. Santos Blanco recoge los testimonios de monjas y monjes que viven en doce monasterios de diferentes provincias españolas, como los de Leyre, Las Huelgas, San Pedro de Cardeña o El Valle de los Caídos. El casting es variadísimo: los hay jóvenes y ancianos, con historias impactantes a sus espaldas o con vocaciones más “convencionales”; algunos serios y otros más joviales. Sus discursos sobre la oración, el silencio, el trabajo en el monasterio o las dificultades de la vida en común, componen un lienzo muy sugerente sobre un tipo de vida desconocido a veces para los propios creyentes y, en cualquier caso, a años luz de una sociedad que podría definirse por el ruido, la velocidad y el consumismo.
Es aquí donde el documental, sin llegar a la excelencia de El gran silencio, se eleva. No tanto por el discurso de sus protagonistas, a pesar de su interés, sino por la fuerza de las imágenes y por la espectacular belleza de una fotografía que nos remite constantemente a ese algo más, trascendente, del que nos hablan los monjes. Podría decirse que, donde las palabras se quedan cortas e incluso torpes para expresar una interioridad inefable, llega la imagen. Y, al final, la paradoja es que el cine –ese arte tan mundano– sirva para dar voz a una realidad tan espiritual.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta