Su cine puede gustar más o menos, pero el californiano de 51 años Paul Thomas Anderson siempre aparece entre los directores de cine más prestigiosos del cine norteamericano contemporáneo. Desde su ópera prima, Sídney (1996), pasando por Magnolia, Pozos de ambición, The Master y El hilo invisible, Anderson ha consolidado una filmografía en la que brillan el guion y la dirección de actores, la fotografía y el montaje de sonido, la música y las atmósferas.
Aspirante a los Oscar a película, director y guion original, Licorice Pizza (el título es una manera jovial de referirse a los discos de vinilo) se ambienta en el Valle de San Fernando (Los Ángeles) en 1973. Nos presenta a un chico de 15 años fascinado por una chica de 20. Ese enamoramiento está contado de una manera magistral, inolvidable en su cotidianidad. Anderson se implica en la fotografía y, con la ayuda de su amigo Jonny Greenwood, emplea una música exquisita, con un montaje de sonido que permite unos diálogos brillantes, con un extraordinario manejo de la comunicación no verbal.
Cooper Hoffman es hijo de Philip Seymour Hoffman y Alana Haim es la vocalista de un grupo de pop-rock al que Anderson ha hecho varios clips musicales. Sus interpretaciones de Gary –joven actor de series de TV y avispado empresario– y Alana –insatisfecha veinteañera de familia judía que demora su marcha a la universidad– son una maravilla, en buena medida porque Anderson es un genio en lo que se refiere al casting y a la creación de personajes. Las apariciones de Sean Penn encarnando al actor William Holden y Bradley Cooper interpretando al peluquero y pareja sentimental de Barbra Streisand son muy divertidas.
A la película le sobra media hora y algunas divagaciones, pero es una maravilla. Es mucho menos tortuosa y más jovial que las anteriores obras de Anderson. De esas que cautivan a los que saben y aprecian el lenguaje cinematográfico (el uso del travelling en las secuencias en que Gary y Alana corren por las calles o las que tienen lugar en la oficina de la madre del protagonista darían para un manual) pero pueden parecer poca cosa a otros espectadores. Cine exquisito, vivaz y divertido en su retrato del La La Land, tierra donde el cine forma parte de la vida de una manera especial, con muchos elementos autobiográficos de la juventud de un evocador Anderson que creció en esos lugares y vive por allí.
Un comentario
Peli divertida con diálogos muy ingeniosos