Es infrecuente que películas filipinas lleguen a Occidente y se estrenen en salas comerciales. Esta, después de pasar por bastantes festivales, incluida la Mostra de Venecia, lo ha conseguido. El primer guión de Linda Casimiro cuenta una historia protagonizada por dos abuelas (lola en tagalo) que están cada una de un lado de un crimen: sus nietos son la víctima y el autor de un homicidio.
Las gestiones para conseguir dinero para el entierro y el proceso judicial serán arduas. Ambas mujeres (muy bien interpretadas) viven en zonas muy humildes de Manila y salen adelante en penosas condiciones, rodeadas de pobreza y delincuencia.
Mendoza rueda una cinta que tiene mucho de reportaje en el que se muestra una parte de la realidad social de la capital filipina, verdaderamente lastimosa pero a la vez llena de vitalidad. Hay estilo y recursos interesantes en la manera de rodar de Mendoza y su equipo, pero no se termina de entender que cedan a ese estilo tan pasado de moda que consiste en agotadores seguimientos de los personajes en desplazamientos, idas y venidas llenas de cotidianidad, cuya reiteración, además de resultar exasperante, revela las limitaciones de un lenguaje cinematográfico arcaico.