Les visiteursDirector: Jean-Marie Poiré. Intérpretes: Christian Clavier, Jean Reno, Valérie Lemercier.
El cine europeo está obsesionado por hacer frente a la fuerte competencia de las producciones norteamericanas. Y a veces recurre a cualquier medio para conseguirlo. Así sucede en esta alocada comedia francesa, que ha conseguido un descomunal éxito de taquilla en su país de origen. Ojalá no se extienda su modo de entender lo que es el cine popular europeo. Porque, en realidad, Los visitantes es una soberana bufonada, plagada de un humor zafio y casi carente de interés artístico.
El guión narra en clave cómica la típica historieta de viaje al futuro. Un valiente caballero (Jean Reno) y su sucio escudero (Christian Clavier) son transportados por un mago incompetente desde el año 1123 a la época actual. Comienza así un torrente de previsibles situaciones grotescas, que enfrentan a los dos rudos seres medievales con sus futuros descendientes: una frívola condesa (Valérie Lemercier) y un homosexual (Christian Clavier), dueño del antiguo castillo del caballero, ahora convertido en un lujoso parador de turismo.
La película ofrece una bella fotografía (Jean-Yves Le Maner), secuencias de acción espectaculares y originales efectos especiales. Pero este gran despliegue de medios -poco habitual en el cine europeo- está puesto al servicio de una historia absurda en la que priman los recursos de baja estofa.
Todo en la película es excesivo y sin justificación dramática: la tosca puesta en escena de Poiré, las histriónicas interpretaciones, la repetitiva música de Eric Levi… Se ha huido como de la peste de la proverbial solemnidad del cine francés, y se ha caído en el defecto contrario. De hecho, el febril montaje, más que un acierto, es un vistoso fuego de artificio para impedir que el espectador piense sobre lo que está viendo. En este sentido, la película está más cerca de las burdas comedias de época de los Monty Python, Mel Brooks o Mariano Ozores, que del Navigator de Vicent Ward o de las series de Regreso al futuro o Los Inmortales.
Esta desmesura también afecta al plano argumental. Casi todos los gags se basan en el fácil recurso a la pura destrucción de cosas o en detalles de mal gusto -mal olor, vómitos, palabrotas…-, que intentan justificarse por su crítica a ciertos planteamientos de la civilización moderna: la pobreza idiomática, la decadencia moral y ecológica, la cultura televisiva, los siervos de antaño convertidos en nuevos ricos… En ningún momento se ofrece nada a cambio, salvo satisfacciones de los instintos más primarios del espectador. Y hasta se acaba cayendo en la irreverencia a la religión.
Resulta un tanto desanimante el éxito de esta película, por lo que dice del gusto del público. Le pasa lo que a tantos films de humor modernos. Se limita a copiar el estilo de las peores comedias de situación televisivas, asume lo grosero frente a la sutileza de la ingenuidad, y no consigue ni por asomo el componente poético de las obras maestras de los grandes cómicos -Charles Chaplin, Jacques Tati, Stan Laurel y Oliver Hardy, Buster Keaton…-, a las que intenta imitar. Por no llegar, Los visitantes no llega ni al nivel de las películas de Louis de Funès.
Jerónimo José Martín