Se esperaba con ganas lo nuevo de Rodrigo Cortés. Después de Buried y Concursante, el realizador español de 38 años cuenta una historia que enfrenta a dos científicos con fenómenos paranormales. Un relato poco novedoso, aunque su tema esté muy de moda en el cine, la televisión y la novela.
La misión de la doctora Margaret Matheson y su joven ayudante Tom Buckley, científicos y profesores universitarios, será poner en evidencia a charlatanes y farsantes. Hasta que entra en escena un viejo conocido, un vidente célebre.
Cortés rueda con solvencia, tiene talento y ambición, pero esta vez su guión es flojo, aun conteniendo ideas interesantes, que bien desarrolladas hubieran dado más de sí. Tras un comienzo poderoso, la película pierde interés y se vuelve muy convencional porque el conflicto es demasiado evidente y los personajes esquemáticos: salvo el personaje de Sigourney Weaver, el resto está meramente abocetado. Hay demasiadas situaciones grotescas.
La sobredosis de intensidad shyamalaniana daña una cinta que quiere ser un thriller hasta cierto punto existencial –en línea con la poderosa Más allá de la vida y con El protegido– y no lo consigue. En este sentido, el tercer acto intenta desesperadamente sacar a flote lo que se había hundido en el segundo.
Cortés –director, guionista, montador y productor– lo intenta. Y eso está bien. Aunque no le salga.