Hace justo un año la serie policíaca Luther consiguió en seis capítulos dejar con la boca abierta a crítica y público. El pasado 14 de junio empezó su segunda temporada, que finalizará en sólo 4 capítulos (cada vez es más habitual que las mejores series británicas no exceden de los 8 capítulos: Emma, Wallander, Sherlock, Downton Abbey).
“Baby, you understand to me now?”, canta Nina Simone en la memorable canción Don’t let me be misunderstood, que sirve como música de fondo al tremendo cierre de la primera temporada. “Soy un alma cuyas intenciones son buenas”.
No es una canción elegida al azar; resume un personaje poliédrico, el de John Luther (Idris Elba), un detective que tiene un don y un látigo, que diría Capote. Su poderoso ingenio le ayuda a descifrar la mente de los asesinos más perversos pero el viaje no sale gratis. Luther, dentro de una brigada de investigación de la policía de Londres, bordea los límites de la ley para atrapar a los delincuentes. Y husmear en la podredumbre humana deja huella en su vida, porque es un hombre duro pero con gran corazón, que quiere a su mujer y a sus compañeros, que cree en el amor y en la justicia, que no está de vuelta. Luther es un hombre bueno que quiere seguir siéndolo.
Husmear en la podredumbre humana deja huella en la vida del sagaz policía Luther
Perfidia sin truculencia
El mal en esencia está representado por la sociópata Alice Morgan (magnífica Ruth Wilson, al nivel de un matizado y creíble Idris Elba; a ella la pudimos ver en la serie Jane Eyre y a él en The Wire).. Su personaje, una investigadora en Física Cuántica, y la relación que mantiene con el detective Luther recuerdan a la arriesgada simbiosis entre el Dr. Hannibal Lecter y la detective Clarice Sterling en El silencio de los corderos (1991). La evolución de la relación que se establece entre Luther y Alice es, con mucho, lo más estimulante de una serie con un casting de buen nivel y un presupuesto ajustado, que, sin embargo, sabe salir a exteriores con la frecuencia necesaria para que la historia no sea claustrofóbica. Luther no te abruma con demasiados personajes, son pocos y les conoces bien. Se nota que Cross es un buen novelista.
La serie podía ser un auténtico festival de hemoglobina, violencia extrema y perversión sexual. Pero Luther está mucho más cerca de El caballero oscuro, Sospechosos habituales o Seven que de Saw. El creador, Neil Cross (que ya obtuvo buenas críticas en 2007 con la serie Spooks sobre la vida de los espías del MI5), novelista nacido en 1969 en Bristol pero que vive en Nueva Zelanda, confía en un guión sugerente que no necesita escenas truculentas para mostrar la perfidia humana. Hay momentos desagradables (algunos evitables sobre todo en los capítulos 3 y 4 de la primera temporada y en el episodio inicial de la segunda temporada), pero el peso de la narración no recae sobre ellos.
La escritura de diálogo bebe de la mejor literatura policíaca contemporánea
Diálogos brillantes
La máxima intensidad llega en careos de alto voltaje (los de Alice y Luther tienen unos diálogos brillantes, sintéticos y plenos de sugerencia, con una dirección de actores magistral). La manera de filmarlos es inteligente y atractiva, usando el plano-contraplano con un criterio encomiable. En este sentido, el primer capítulo es impresionante por su intensidad, por la manera de presentar a los personajes y de disponer las piezas en el tablero. La manera de acabar la primera temporada y de empezar la segunda es un exponente de la calidad de un producto que sabe escapar de esa tendencia a imitar el cinismo de las series policíacas estadounidenses de los últimos años, donde lo raro es encontrar un policía íntegro.
La escritura de diálogo bebe de la mejor literatura policíaca contemporánea representada por autores como John Connolly o Henning Mankell. Luther está abrumado por la maldad de los asesinos en serie que persigue, pero no se rinde, se resiste a perder humanidad.
Quizás por eso, la serie no deja un poso de desesperanza ya que el personaje de Luther acaba levantando la mirada, aún reconociendo que cada nuevo asesinato que investiga le deja cicatrices imborrables, en el ámbito personal y profesional (una dualidad que la serie explota de manera muy hábil).
El ritmo no decae
Luther tiene una fotografía excelente. Hay mucha luz blanca, verde y amarilla, algo desconcertante en una serie criminal que suele tender al cromatismo gris, oscuro, ocre. Sin embargo, ese uso de colores llamativos refleja con exactitud la frialdad criminal, la gelidez más profunda del alma del asesino. Y esa luminosidad contrasta con el rojo utilizado en los títulos de crédito (una manera de afinar el tono reflexivo y pausado de la serie con la canción Paradise Circus del grupo Massive Attack, conocido porque su música suena en House).
Las vistas aéreas de Londres son tremendamente originales porque crean desasosiego. En general, la planificación es brillante, mucho más que en la mayoría de thrillers psicológicos que el cine nos viene ofreciendo: basta ver la inteligente manera de dejar que los planos que muestran a personajes en interiores respiren, de forma que se da la impresión de que hay una continua situación de aislamiento, de soledad. La música de Paul Englishby (An Education) es siempre acertada para potenciar sin estridencias.
No faltan las escenas de acción, pero llegan después de haber sondeado a los protagonistas de la persecución, en el momento en el que el espectador se ha metido en el personaje y no le da igual si muere, vive o es capturado. Este recurso es muy típico de Tarantino, pero el director de Pulp Fiction no suele ajustar los tiempos y cae en la verborrea y la dispersión.
En Luther el ritmo no decae porque las sorpresas están bien distribuidas y el guionista juega limpio con el espectador. No deja de haber trampas en los continuos giros de la serie, pero están bien disfrazadas, de tal manera que quedas absolutamente hechizado. Es ahí cuando entra Nina Simone.