Sorprendente película del mexicano Carlos Reygadas, a años luz de Batalla en el cielo, donde su virtuosismo quedaba anulado por su escandalosa sordidez. Aquí entrega una valiente reflexión sobre el significado del amor y el dolor, que obtuvo el premio del Jurado en el Festival de Cannes.
Un matrimonio, Johan y Esther. Son menonitas mexicanos, un grupo derivado de los anabaptistas. Tienen seis hijos y viven en una granja. Hablan entre ellos un dialecto próximo al flamenco. Son una familia austera, con un hondo sentido religioso. Aunque Johan actúa como si no pasara nada, algo le pasa. Tiene una aventura con Marianne. Está a gusto con ella, cree que si pudiera elegir de nuevo la escogería como esposa… Pero al tiempo llora, está hecho un lío. Pide consejo a su padre, pastor de la congregación. Sabe que tiene un compromiso con Esther que le obliga, y debe ser justo con ella y su prole…
El planteamiento sobrio de la narración, bastante pudoroso al mostrar la infidelidad, conecta con una larga tradición nórdica -Ingmar Bergman, Liv Ullmann o Carl Theodor Dreyer-, al presentar los dilemas morales, y a un Dios lejano, a quien parece que no se puede acudir con la esperanza de recibir auxilio. Se habla de la vida conyugal y sus obstáculos, uno muy actual, “la necesidad de sentir”, que asalta cuando en la familia todo parece anodino, siempre igual, sin alicientes; cuando se idealiza el pasado, en que dominaba el amor y la ilusión… Son conmovedoras la conversación de Johan con su padre, o la charla de los amantes en que se llega a decir que “la paz es más fuerte que el amor”, señalando el sentimiento de culpa que preside su relación. Gozosa experiencia estética, el film contiene momentos tan bellos como el del velatorio. Otra sorpresa es el reparto, de actores no profesionales, que parece que no hayan hecho otra cosa en su vida que actuar