Directores: Michelangelo Antonioni y Wim Wenders. Guión: Tonino Guerra, Michelangelo Antonioni y Wim Wenders. Intérpretes: 1) Inés Sastre, Kim Rossi-Stuart. 2) John Malkovich, Sophie Marceau. 3) Fanny Ardant, Jean Reno. 4) Irène Jacob, Vincent Pérez. 113 min.
Cuatro historias tomadas del libro de relatos Quel bowling sul Tevere (l980) del mismo Antonioni, y entrelazadas con mágica suavidad por Wenders hasta formar un qué de unitario. Todas tienen como centro argumental una relación hombre-mujer, con especial atención a la mujer.
No es descubrir nada decir que Antonioni tiene una magnífica escritura cinematográfica, personalísima, por creadora. Con la ayuda de la fotografía de Alfio Contini, y de la música, hace presentes los ámbitos como fuerte prolongación necesaria del personaje; el color, la luz, el lento ritmo narrativo, las escasas y justas palabras, la contención dirigida de los actores… traen a la pantalla una realidad nueva; eso debe hacer el arte. Y eso hace Antonioni.
Pero es el suyo un arte que se va quedando en nada… más que discurso, magistral, pero casi vacío, o sólo lleno de una triste sexualidad sin amor, desesperada. Era cierta su autobiografía de soledad, incomunicación, angustia existencial, nihilismo…: Las amigas (1955), El grito (1957), La aventura (1960), La noche (1961), El eclipse (1962), quinteto fílmico de un clásico.
Ahora, en su vejez y enfermedad, no tiene más que decir, sino mostrarse -siempre minoritario- maestro en la técnica narrativa, parecidamente a esos conferenciantes y políticos de oficio que dicen muy bien nada, con lo que muestran -y éste es también Michelangelo Antonioni- o vacío o podredumbre.
Sin embargo, hay un apunte hermoso (salvada la inmoralidad inmediata) en la primera historia, una sugerencia de amor impalpable, mudo, real y misterioso como el aire: Crónica de un amor que nunca existió. Y otra más que hermosa afirmación en la cuarta historia: la pequeñez del amor humano ante la grandeza del divino: «como una cerilla en una habitación incendiada de sol», dice la protagonista de Este cuerpo de barro; hasta vale la pena superar la sordidez morbosa de la segunda y tercera historias -La muchacha, el delito y No me busques- para ver y oír a Iréne Jacob y su expresión de pureza y de entrega al amor de Dios.
Una gran obra abierta, pues, con muchas sombras, pero con luz. O sea, humana.
Pedro Antonio Urbina