Semblanza del famoso líder radical afroamericano, basada en su autobiografía, tal y como se la dictó al novelista Alex Haley, autor de Raíces.
Malcolm Little nació en Nebraska en 1925. Tras el asesinato de su padre, vivió una juventud frívola y delictiva, primero en Boston y más tarde en el Harlem neoyorkino. En la prisión de Charlestown, donde pasó más de seis años, sufrió una profunda transformación, al hacerse musulmán. A su salida de la cárcel alcanzó gran popularidad -ya con el apelativo de Malcolm X- como ministro de la Nación del Islam. Este grupo fundamentalista propugnaba, frente al mensaje moderado de Martin Luther King, la supremacía de la raza negra y la lucha por sus derechos «a través de cualquier medio necesario», incluida la violencia.
Tras un viaje a La Meca, Malcolm X se aleja de los Black Muslims, suaviza su postura -sin abandonar la no integración- y crea su propia Organización para la Unidad Afroamericana. A los 10 meses, ya en 1965, es asesinado en extrañas circunstancias durante un mitin en Nueva York. Tenía en ese momento 39 años. Según la versión oficial, los homicidas fueron varios negros radicales de la Nación del Islam; según la película, también tuvo que ver el FBI.
Con este film, Spike Lee, el más destacado cineasta norteamericano de color, ha realizado su proyecto más ambicioso y anhelado. Y lo ha hecho pensando en el gran público, sobre todo en los jóvenes de color. Así, sin abandonar el cine de agitación, ha limado en Malcolm X algunas -no todas- de las cortantes aristas de sus películas anteriores (Nola Darling, Do the Right Thing, Mo’Better Blues, Fiebre salvaje). Lee adopta un tono didáctico y apologético -a veces demasiado insistente-, que le lleva incluso a incluir el vídeo del apaleamiento de Rodney King y un arrebatado alegato del mismísimo Nelson Mandela desde una escuela de Soweto, en Sudáfrica.
Donde Spike Lee no ha renunciado a su estilo habitual es en el aspecto formal. A pesar de algunas caídas de ritmo -comprensibles en un metraje de más de tres horas-, el film tiene un gran vigor narrativo y visual, y ofrece tomas subjetivas, cambios de secuencia, flash-backs y movimientos de cámara originalísimos, con los que Lee experimenta nuevas formas de lenguaje cinematográfico. Esta calidad estética -también muy bien envuelta fotográfica y musicalmente- y la sensacional interpretación de Denzel Washington constituyen lo mejor de la película.
Lee intenta superar la tradicional imagen de Malcolm X como abanderado de la violencia en la lucha por los derechos de los negros. Según la película, Malcolm X era un ser complejo, cuya personalidad fue evolucionando a lo largo de los años, aún sin abandonar un cierto racismo negro. En este sentido, el film acaba destacando su sentido de la solidaridad y sus virtudes cívicas, valores que alivian un poco el tono grosero de bastantes diálogos y de un par de apuntes eróticos. También resulta acertado y actual el importante papel que se concede a la educación como causa de las evoluciones de Malcolm X.
Más discutible resulta la encendida apología que hace el film de la religión islámica, presentada como único credo capaz de resolver el problema del racismo. Sorprende sobre todo porque está llena de prejuicios anticristianos, algunos aportados por Spike Lee, pues no aparecen en la Autobiografía de Malcolm X. Cabría pensar que, al menos, se condena el fundamentalismo extremo y se acepta implícitamente la trascendencia humana. Pero no parece sincera esta aceptación, ausente en las demás películas de Lee, en las que, por el contrario, sí abundan las referencias negativas al cristianismo.
Quizás adopta Spike Lee esa visión islámica simplemente como mal menor -tenía que ser fiel a la realidad de los hechos- y porque sin duda le resulta más útil como palestra de su proverbial crítica corrosiva al racismo y, en general, al sistema de la sociedad norteamericana.
Jerónimo José Martín