Maridos y mujeres

TÍTULO ORIGINAL Husbands and Wives

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: Woody Allen. Intérpretes: Woody Allen, Mia Farrow, Judy Davis.

Es esta película el capítulo veintidós del serial iniciado en 1969 con el primer capítulo, titulado Toma el dinero y corre, y cuyo tema permanente ha sido Woody Allen visto por Woody Allen. Argumento: su cada vez más sórdido mundillo.

En esta ocasión, el autorretrato ha llegado al escándalo: en la pantalla se narra su propia ruptura sentimental con Mia Farrow. Lo que en su vida privada ha sido el asunto afectivo del casi sexagenario Woody Allen con una hija adoptiva de Mia Farrow, en la película lo es con una estudiante (Juliette Lewis), cuyas desaforadas experiencias sexuales casi superan las del obseso Allen. Hay otra pareja madura -Judy Davis (candidata al Oscar) y Sydney Pollack- que también se rompe, pero que hasta su final reconciliación da pie a pasajeros líos con alguno de los personajes citados y otros nuevos, embrollada red que sería largo e innecesario detallar. Es justo señalar, sin embargo, la elegancia con que el director evita filmar esos desafueros sexuales, omnipresentes en los diálogos y en el enloquecido desarrollo argumental.

También es esta película veintidós la prueba de las sobresalientes dotes narrativas, de observación, humor, cinismo…, cualidades artísticas en general, de Woody Allen. Sus películas se apoyan fundamentalmente en un guión muy literario -el de esta película opta al Oscar-, en un argumento muy teatral, en unos diálogos agudos y chispeantes… que ponen en pie magníficos actores, muy bien dirigidos. Allen ha tenido siempre un lenguaje más de escritor que de cineasta (v.gr.: la inicial y mareante probatina de docudrama); de ahí su creciente énfasis en la fotografía -de nuevo de Carlo di Palma-, en la decoración y vestuario, en un inteligente montaje -en manos ajenas esta vez- que dé ligereza y ritmo de cine.

Pero el suyo es un pobre y estrecho y angosto mundillo. Puede parecer divertido hacer bromas sobre la inseguridad emocional, el engaño y la infidelidad habituales; un chiste sobre la frustración y deterioro interiores; alardear de agudeza y de fina observación psicológicas… Sin embargo, cuando el payaso termina su número y cae el telón sobre el actor, se ve el vacío de lo fingido, la desolada ausencia de lo verdadero.

Allen escamotea la verdad -22 veces van ya-, evita presentar seres libres para no tener que plantearse responsabilidades, se escabulle, oculta toda culpabilidad, soslaya toda trascendencia. Sus rostros humanos son ya casi máscaras, y su risa se hiela en rigurosa mueca.

Pedro Antonio Urbina

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