Director: Robert Guédiguian. Guión: Robert Guédiguian y Jean-Louis Milesi. Intérpretes: Ariane Ascaride, Gérard Meylan, Pascale Roberts, Jacques Boudet, Frédérique Bonnal, Jean-Pierre Darraussin, Laëtitia Pesenti. 105 min. Adultos.
La caída del comunismo en el Este de Europa está provocando un singular fenómeno cultural de readaptación ideológica, en el que, paralelamente a la autocrítica, se intenta salvar los restos del naufragio del marxismo. En el cine, esta tendencia explica un nuevo realismo social, más humanístico que político, y menos sectario que el cine militante de hace años, a través del que directores de izquierda combaten el materialismo consumista de las sociedades occidentales. A este subgénero pertenecen las británicas The Full Monty y Tocando el viento, y también Marius y Jeannette, ganadora en 1997 de los Premios Loius Delluc y Lumière a la mejor película francesa, y del Cesar a la mejor actriz (Ariane Ascaride).
Marius y Jeannette son dos cuarentones entrañables que malviven en una paupérrima colonia de Marsella y que comparten un claro escepticismo ante la vida, que les ha maltratado duramente. Él pasea su cojera por la abandonada cementera de la que es vigilante. Ella lucha por sacar adelante a sus dos hijos, de distintos padres, con su miserable trabajo de cajera. El inesperado encuentro y posterior romance entre estos dos perdedores, les hará recuperar la alegría de vivir y las ganas de luchar, que harán extensivas a su singular galería de vecinos.
El cineasta marsellés, de origen armeno-alemán, Robert Guédiguian (Dernier été, Rouge Midi, À la vie, à la morte) ha tratado por todos los medios de que su puesta en escena no entorpeciera para nada la espléndida historia y los antológicos personajes que había perfilado en el guión con la ayuda de Jean-Louis Milesi. Y, así, obligado además por una evidente escasez de medios, ha hecho que su cámara se limite a retratar, de un modo casi documental, esa multitud de detalles pequeños que, en su aparente intrascendencia, acaban configurando un gran fresco, en el que tienen cabida casi todos los anhelos, las contradicciones, las luchas del ser humano. Además, de un modo amable y muy divertido, que compensa ciertas amoralidades de fondo -expresadas a veces con crudeza, sobre todo verbal- con un elogiable afán de comprensión de la difícil situación de pobreza y desamparo en que se desenvuelven los personajes.
Es, pues, la de esta fábula moral, una mirada llena de ternura, abierta, indignada con la injusticia, pero optimista, pues confía en la grandeza de la dignidad humana, del amor desinteresado, de las familias -también de las numerosas-, de la amistad, del respeto mutuo…; y que incluso es receptiva -a pesar de una cierta irreverencia externa- a la apertura del hombre hacia la trascendencia.
En fin, que al ecléctico Robert Guédiguian -se confiesa admirador de creadores tan distintos entre sí como Bertolt Brecht, Frank Capra, Pier Paolo Pasolini y Ken Loach- le ha quedado un humanísimo, divertido y políticamente incorrecto canto al heroísmo cotidiano, con un precioso y sugerente acompañamiento musical, y encarnado con una frescura sorprendente por un grupo de espléndidos actores, que parecen sacados de la vida misma que retratan.
Jerónimo José Martín