Es difícil encontrar una película de Ridley Scott que no entre por el oído y por la vista. El realizador británico de 77 años se ha ganado con habilidad la atención de un público amplio. Alien (1979) y Blade Runner (1982) le consagraron como un director que vestía y ambientaba el cine de género con estilismo impactante usando un lenguaje fílmico seductor, con un uso masivo de recursos procedentes del lenguaje publicitario para crear atmósferas. Algunos le reprochaban su barroquismo con humos, cámaras lentas y música atronadora, pero logró muchos adeptos, también entre los expertos en lenguaje cinematográfico.
Luego, Scott no mantuvo el nivel, excepto en Thelma & Louise (1991). Y tras Gladiator (2000) –ganadora del Oscar a la mejor película y cuatro más– y Black Hawk derribado (2002), encadenó películas con guiones deficientes como El Reino de los Cielos o El consejero.
Marte entronca con el mejor cine de Scott. Es cine de género (en este caso, aventura espacial) de excelente factura en el que Scott recupera lo que había perdido hace muchos años: el pulso narrativo. Porque la película, con buena parte del metraje dominado por un personaje aislado (magníficamente encarnado por Matt Damon) que lucha por sobrevivir, es amena, cercana, intensa, didáctica y espectacular.
El relato, basado en una buena novela de Andy Weir, resulta apasionante porque la trama de supervivencia se envuelve en un retrato muy favorecedor de la NASA, que pone de relieve la importancia del trabajo en equipo de los que permanecen en la tierra y de los astronautas en las misiones tripuladas. Mención especial merece la manera tan hábil con que se destaca el trabajo de los científicos y la importancia de la comunicación pública. Es una película de acción, y la profundidad de los personajes debe ser contenida, porque hay mucho que contar.
Sería injusto terminar sin mencionar al guionista Drew Goddard. Su trabajo es muy bueno. No es casual que sea productor y escritor de series como Daredevil, Perdidos o Alias.
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