Detrás de Mary Shelley hay un nombre: el de su directora, Haifaa Al-Mansour, que es la primera mujer que dirigió una película en Arabia Saudí. La película era La bicicleta verde, un maravilloso relato con una pequeña protagonista memorable.
Al-Mansour afronta ahora un reto mucho mayor: apartarse de su paisaje y realidad “local” para contar el proceso de creación de una de las obras más universales y oscuras de la historia de la literatura, Frankenstein.
La cineasta saudí se pega a la biografía de los Shelley; aparecen en la historia los principales hitos y personajes que rodearon la vida de la pareja, pero añade una importante carga psicológica, filosófica, de crítica social y de crítica artística que –junto con la intensa y convincente interpretación de la joven Elle Fanning– enriquece la película.
Como pasa en Frankenstein, estamos ante una cinta negra, muy negra, de una gran oscuridad y complejidad moral. Una cinta pesimista casi siempre. Amarga, sí. Desapacible. Adusta. Incómoda. En realidad, podríamos seguir añadiendo adjetivos, todos ellos monocolores. Lo que no se puede decir de Mary Shelley es que sea frívola, superficial o amoral.
La cinta aborda muy diferentes cuestiones y todas ellas desde una órbita profunda y sin miedo a que las respuestas no sean tranquilizadoras. Es sobrecogedor cómo se afronta la cuestión de la libertad y sus consecuencias, tanto en la vida de los protagonistas –con esa inicial apuesta de romper con la moral, huyendo juntos aunque él estaba casado– como en la creación artística. Es muy interesante cómo se describe la relación entre el arte y la vida, y es de suma actualidad –aunque quizás es el tramo más convencional– la visión eminentemente feminista de la cinta.
Y, sobre todas estas cuestiones, Mary Shelley funciona como contexto de lujo para acercarse a Frankenstein. A pesar de algunos momentos artificiosos, es un ejercicio notable de crítica literaria.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta