El director iraní-iraquí Bahman Ghobadi ganó la Concha de Oro hace un par de años con Las tortugas también vuelan. Ghobadi resultó ser un hombre agradecido, pues reservó también Media luna para competir en el Festival de San Sebastián. Y le han agradecido el gesto: Ghobadi volvió a repetir galardón, aunque esta vez ex aequo con Mon fils à moi.
El anciano Mamo se ha hecho un nombre como músico kurdo afincado en Irak; y emprende un viaje con sus diez hijos adultos para participar en un concierto en el Kurdistán iraquí.
La trama conecta con el anterior film de Ghobadi en algunos pasajes oníricos, y en un peculiar sentido del humor. Hay menos tragedia, pero a cambio algo de la frescura y el equilibrio logrados en Las tortugas también vuelan se ha perdido. Aunque no falta cierta humanidad y ternura en los personajes, y se muestra con naturalidad la fe musulmana sencilla de esa gente, o una decidida reivindicación de los derechos de la mujer.
Apuntes políticos hay pocos, pero Ghobadi no deja de decir que en Irak se está mucho mejor sin Sadam Husein, y hace una referencia, levísima, a los estadounidenses, que sufren emboscadas y disparan sin saber adónde.