A punto de cumplir los 60 años, y tras 30 años de su primer largometraje, el parisino Patrice Leconte (La chica del puente, La viuda de Saint-Pierre, El hombre del tren) dirige una comedia ligera, agradable y limpia, cosas todas infrecuentes en su trayectoria.
François es un marchante de arte. Egoísta y prepotente, acepta una curiosa apuesta: en una semana deberá demostrar que, al menos, tiene un amigo de verdad. El premio es un ánfora griega de la que está prendado. Lo que él considera una prueba fácil se convertirá en uno de los trabajos de Hércules, porque la amistad no se compra ni se logra en un santiamén. La aparición casual de un taxista extrovertido y sabelotodo…
Buenos diálogos, grandes actores, varias situaciones muy bien tramadas y un tono amable, irónico y crítico pero no ácido, está presente en una película socarrona. Leconte no ha sabido resistirse a un lugar común que para algunos parece tener rango de mandamiento: tendrás un personaje homosexual, será la voz de la conciencia del protagonista, amable consejero y modelo de equilibrio y madurez.
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