El ruso Sergei Bodrov (Jabarovsk, 1949) aspiró al Oscar con esta película kazaja sobre Genghis Khan (1162-1227), el príncipe mongol que logró unir a su pueblo y convertirlo en dueño de uno de los imperios más extensos de la historia. La película podría llamarse Temudjin, porque llega hasta el momento, en 1206, en que se convierte en Gengis Khan.
Rodada en bellísimas localizaciones de Mongolia, China y Kazajstán, la película es muy superior a la cinta norteamericana de 1965, dirigida por Henry Levin y protagonizada por el egipcio Omar Sharif. Bodrov (El prisionero de las montañas) logra un guión realista y una realización sobria pero llamativamente hermosa, que evita la inmoderada tendencia a la grandilocuencia mitómana de muchas películas sobre personajes rodeados de una aura legendaria. En este sentido, la película es estimulante: Temudjin se nos presenta comportándose como un verdadero mongol, hijo de un rudo pueblo de jinetes nómadas que viven de la ganadería y tienen unos esquemas vitales netamente feudales. El guión afronta con solvencia el retrato de la trágica infancia del futuro emperador, haciéndonos entender cómo se va forjando el carácter irreductible de un líder capaz de ganarse a su pueblo orgulloso e independiente, al que impondrá la disciplina de su hábil estrategia militar y logística.
Como no podía ser menos, la película va montada a caballo y logra transmitir el influjo del paisaje y el clima (esas vastísimas llanuras expuestas al viento y a temperaturas extremas) en unos durísimos guerreros, cuya sola mención estremecía a los habitantes de toda Asia.
El casting es excelente, con magníficas interpretaciones, especialmente brillantes en el caso de Jamuka, el hermano de sangre de Temudjin, y de Borte, su esposa.
El vestuario es soberbio y hay un generoso despliegue de extras.
A pesar de algunos tramos un tanto áridos, la película es notable, aunque queda lejos del nivel de excelencia de cintas como Andrei Rublev o Ran.