Director y guionista: Jeffrey Bell. Intérpretes: William McNamara, Elisabeth Shue, Dylan Walsh. 90 min. Jóvenes.
Con un presupuesto bajo y cierto aire de telefilm, esta película es la primera incursión en el largometraje de su director y guionista. La dirección de Jeffrey Bell es sencilla, sin pretensiones arriesgadas: va directo a narrar lo que pretende, con orden y claridad, sólo con algunas detenciones contemplativas necesarias (un estado de ánimo, un paisaje, un ámbito nuevo). El guión parece autobiográfico, y el autor parece haber puesto en él todo el mimo de que ha sido capaz.
Bell tenía cosas que decir, y, cierto, no usuales hoy, en esa línea dominante de violencia como entretenimiento y de desarreglo moral como espectáculo. Dos hermanos huérfanos -«mucho más que amigos»-: el mayor, Michael, bien establecido como profesional del dinero, y el otro -centro de la historia-, Matthew, recién graduado y en busca de trabajo. El pequeño es acogido por el mayor en su casa de soltero, en Miami; tiene novia para casarse, y aquí la película entra en esa constante de las relaciones sexuales prematrimoniales: su expresión es… púdica, e incluso Matthew califica de inmoral el comportamiento de su hermano.
Los dos son orgullosamente conscientes de formar una familia. El pequeño vive muy atado al recuerdo de su padre -«mucho más que amigos»-, que hace poco se ahogó cuando nadaban juntos; pero más atado vive a Cristo, a su presencia, al diálogo con Él en su vida cotidiana: el director lo hace visible por medio de unas llamadas telefónicas desde una cabina callejera, o bien Jesucristo -con la misma imagen de un cristo que aparece en el anuncio de un producto comercial- se representa en su imaginación cuando está solo en cualquier lugar y desaparece cuando alguien interrumpe su diálogo con Dios.
Las preocupaciones de Matthew son las habituales; bien que exacerbadas por su especial sensibilidad. Su vida se le hace casi dramática cuando piensa haberse enamorado de la novia de su hermano. Tras una descabellada renuncia de Matthew, se llega a un final tan abierto como ambiguo.
Elisabeth Shue, la atractiva y desorientada novia, y Dylan Walsh, el sólido y comprensivo hermano, crean una verosimilitud nada fácil. Por su parte, William McNamara da el tipo perfecto para su transparente y entrañable personaje.
Pedro Antonio Urbina