El director lleva a la pantalla un guión de Wahid Hamid que cuenta la historia de una presentadora de un talk show de TV que tiene un marido también periodista. Cuando ella aborda algunos asuntos en su programa, el marido sufre presiones políticas para que convenza a su mujer de que cambie de tema. En un entorno donde los hombres parecen todos unos depravados que abusan de las mujeres en cuanto se les presenta la ocasión, la película reúne varios casos de mujeres humilladas y ofendidas.
Que Hamid y Nasrallah quieran tratar la penosa situación de muchas mujeres en algunos países como Egipto (si en Egipto pasan estas cosas, imaginen en otros lugares), es muy loable, pero no justifica un culebrón de más de dos horas.
Si nos libramos de la tendencia de la crítica al paternalismo benévolo con el cine exótico, solo cabe definir esta película como tosco cine prehistórico, salpicado de pretensiones en el manejo de la cámara y la puesta en escena. El sentido del ritmo brilla por su ausencia y hay unas decisiones técnicas que causan sonrojo. En este sentido, la presencia en las secciones oficiales de Venecia y Toronto es desconcertante.