Rulo es un tranquilo, obeso y solitario cincuentón que malvive en los suburbios de Buenos Aires. Está separado y tiene un hijo pasota, guitarrista en un mediocre grupo de rock y especialista en no hacer nada de provecho. En los años 70, Rulo paladeó las mieles de la fama como bajista de un grupomusical. Ahora va de amigo en amigo, mendigando un trabajo estable como operador de grúas y excavadoras.
Rodada en precario durante año y medio, con muchos actores no profesionales -entre ellos, el protagonista-, en 16 mm, en un agresivo blanco y negro, de grano enorme y fotografía hipersaturada, casi sin grises, la película ha recibido sin embargo importantes premios en Venecia, Buenos Aires, Rotterdam, Toulouse y La Habana. Esto se explica en parte por una buena dirección de actores y por el vigor visual y simbólico de la planificación y del montaje del joven cineasta argentino Pablo Trapero, que debuta en la larga distancia tras un par de cortometrajes.
Pero quizá lo que más atrae de la película es el tono amable, improvisado y cercano de su guión, que logra profundizar con buen humor en la sencilla humanidad de los personajes, sin renunciar a una opresiva exposición realista de sus tragedias y fragilidades morales, ni a la denuncia de la explotación laboral. De ahí que su voz suene a fresca y distinta en el panorama actual de este género de cine, aunque, en realidad -como ha reconocido el propio director-, su referente más directo sea Tiempos modernos, de Chaplin.
Jerónimo José Martín